La frase célebre de Albert Einstein, «Dios no juega a los dados con el universo», expresa su escepticismo hacia el principio de indeterminación de la mecánica cuántica, particularmente la idea de que el comportamiento de las partículas subatómicas es aleatorio y no completamente predecible. Einstein, que prefería un universo regido por leyes deterministas y ordenadas, consideraba que la física debía ser capaz de ofrecer una descripción más coherente y lógica del mundo, sin depender del azar.
Este comentario refleja la tensión entre las creencias de Einstein y las nuevas teorías que emergían en su tiempo. A pesar de su contribución crucial a la teoría cuántica, él nunca aceptó completamente la interpretación probabilística que esta implicaba. Su famoso dicho refleja un deseo de que el universo fuera más comprensible y menos dependiente de la aleatoriedad, una postura que provocó numerosos debates entre él y otros físicos, como Niels Bohr, que defendían la interpretación probabilística de la cuántica.
A nivel filosófico, la frase también invita a reflexionar sobre nuestra concepción del orden, la causa y el azar en la naturaleza. Es una crítica al pensamiento que deja margen para lo impredecible, sugiriendo que existe un orden más profundo que aún no hemos comprendido completamente.