Las separaciones y los divorcios, ese emocionante capítulo en la novela de la vida, que nos demuestra que el amor eterno puede durar tan poco como el tiempo que tarda en llegar el repartidor de pizza. Si bien a menudo los expertos nos dicen que «el amor es para siempre», el papeleo y las visitas al abogado parecen tener un entendimiento completamente diferente de lo que es «para siempre».

Al principio, todo parece un cuento de hadas: miradas cómplices, cenas románticas, planes de futuro… hasta que un día, en un giro de guion inesperado, surge la revelación de que no te toleras ni siquiera cuando está en el baño dejando la puerta abierta. Ahí, en ese momento mágico, empiezas a entender que no es que el amor se haya ido; es solo que se tomó un descanso permanente.

Y claro, el divorcio es como esa fiesta a la que nunca querías ir, pero en la que te das cuenta de que todos tienen historias similares. ¿El proceso judicial? Nada dice «terminamos en buenos términos» como una montaña de papeles, abogados con corbatas caras, y preguntas filosóficas como «¿quién se queda con el perro?»

Eso sí, al final, el sol vuelve a brillar. Se redescubre el autocuidado, se vuelve a escuchar música sin quejarse, y uno aprende, como en un buen capítulo de una serie de Netflix, que aunque «lo nuestro» ya no funcione, siempre queda un buen giro argumental por venir. Y quién sabe, tal vez el próximo amor esté a la vuelta de la esquina… ¡o al menos una mejor relación con el perro!

Por Carol

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